Todos los que conocieron a Elvis Presley en los inicios de su carrera coinciden en que era un chico sencillo y modesto, pero absolutamente preocupado por su aspecto y sin embargo, con algunos gustos gstronómicos un poco excéntricos.
Con sus primeros dólares se compraba trajes en Lansky´s, una pequeña tienda de Memphis donde el dueño le traía modelos en tonos rosas y blancos sólo para él. Con el paso de los años, su gusto se fue haciendo cada vez más barroco: le apasionaban las joyas, los trajes de cuero ajustados, grandes cinturones. Y, cuando ya estaba en el estrellato contrató al sastre de Frank Sinatra, que fue el artífice de sus trajes con capas, que imitaban al Capitán Trueno.
Su tupé, perfectamente esculpido, fue sin duda una de sus principales señas de identidad. "Me fascinaba mirar cómo se peinaba por la mañana", recordaría su amigo, el músico Jimmie Rodgers Snow. "Usaba tres aceites diferentes para el pelo. En la parte delantera, una cera muy fuerte para el tupé, un tipo de aceite para la parte de arriba y vaselina atrás. Decía que era la única forma de que el pelo cayera perfecto mientras actuaba".
Además de gastar su dinero en exuberantes casas y desarrollar su pasión por las armas y las placas de policía auténticas, Elvys también complacía su paladar.
La comida preferida de Elvis eran las hamburguesas, su cocinera Mary Jenkins, que trabajó 14 años a su servicio, así lo relataba en su libro "Memories beyond Graceland gate", según ella: "Todo lo que comía, debía nadar en manteca, comía porciones enormes de hamburguesas, muchas veces envueltas en queso, y de postre le encantaba el pastel de bananas. Para el desayuno solía pedir cuatro huevos, salchichas y panceta".
Cuenta la leyenda que el Rey del Rock volaba en su jet privado hasta Dallas sólo para comprar unas cheeseburgers que él consideraba las mejores hamburguesas del planeta. Los 150 kilos que acusaba su balanza antes de morir demostraban los atracones que se daba con la típica chatarra de feria americana: algodón de azúcar, popcorn, hot dogs y hamburguesas. Elvis le puso su voz al morfi en más de una de sus canciones: "Crawfish" refiere a la langosta, "Cotton Candyland" habla de un vuelo mágico sobre un cisne de algodón de azúcar, a través de una nube de helado rosa, con estrellas de caramelos y luna de malvavisco.
Tuvo un sándwich en honor a él, debido a que lo consumía a diario. El llamado Fluffernutters con banana, del cual le hablamos en un artículo anterorior. Su contenido eran dos rebanadas de pan de molde, plátano, tocino y mantequilla de cacahuete.
Lo último que comió Elvis antes de morir fueron cuatro bolas de helado y seis galletas de chocolate, horas después falleció de un paro cardiaco. Su muerte es todo un enigma, sin embargo, es leyenda por la revolución musical que desarrolló en la década del `50, además de su excéntrica forma de comportarse. Para algunos es y seguirá siendo el verdadero “Rey”.
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